se derrumba el último recodo
que alberga tus recuerdos:
el cajón de mi cómoda
donde aún conservo
tu jersey negro,
las llaves de tu última casa
(que nunca sentí mía),
las siete cartas de despedida
(una por año,
odio los aeropuertos
y las mudanzas),
fotos, pedacitos de amor cotidiano
escrito con prisas en papel rasgado
y las flores y mareas
que pintaste con mucho acrílico
y poca fe
leo todo y me diluyo entre los trozos
de la poca lucidez que tuve
(o era acaso falta de valentía)
para poder soltarnos,
liberarnos de la mutua melancolía
quizá sabíamos que
aunque en ruinas
éramos nuestro único salvavidas
veo en horizontal el tiempo
(que siempre fue bucle)
ciclo trimestral de desdicha
y desdecirnos,
ir y volver,
deshacer el camino
sobre unas pisadas borradas
de regreso a una casa vacía
y cada vez más fría,
menos llena de una misma
y más asediada por la otra
te leo y quiero decirte que lo siento,
cuando te recuerdo quiero decirte
que te quiero,
si te pienso quiero agradecerte
lo crecido,
si sigo creciendo
necesito retomarme donde me dejé:
al principio
gracias
te quiero
lo siento
ya no puedo más
pensarte, recordarte y releerte
a riesgo de que suba la marea
y el salvavidas se desangre
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