Ha prendido un cigarrillo. Ha tenido que hacerlo. Habrá que
posponer des-vicios porque esta pequeña des-ventura no le permite des-inhalar
nicotina. Parpadea mucho. Me esquiva la mirada. Miente cuando me dice que
piensa en blanco. Lo sé porque se le inundan los ojos y las comisuras de sus
labios me hablan sin decir ni una palabra. Está grabándome con el móvil. Canto
por los nervios. Así ensancho pulmones y puedo respirar hondo. El aire que dejo
entrar en vendaval también seca mis lagrimales. Toco su pierna. No se mueve. Miro
cómo no me mira. Ahora sí está en blanco. Mira por la ventana. Ámbar. Verde.
Vamos.
Se ha dado cuenta hace rato. No se ha permitido mirarme
hasta que el cambio de tráfico le ha traído de vuelta. Ya me mira. Me sonríe
triste. Aunque no quiere demostrarlo. Vuelve al blanco, de lado. Ojalá ser el
cristal en el que se recuesta. Otras noches con más suerte he sido el pecho en
que ha dormido. Esta noche no.
Vuelvo a mirar al frente. No sé dónde vamos. La angustia por
la despedida crece de la mano de mi tensión por no saber. Hacía meses que no me
sentía tan mal. En otro semáforo, me voy al blanco. No suelo quedarme en
blanco. El blanco me habla de cuando esa angustia sin despedidas era diaria. Y
de la despedida de esa angustia. Y la ausencia de despedidas, y de angustia.
Verde. Vamos.
Me giro, me está mirando. Esta vez no sonríe. Me mira
intensamente. Le susurro dulzura. Me la devuelve entornando sus ojos. Ojalá ser
abrigo que le abraza. Otras noches con más suerte no tenía más abrigo que mi
piel. Pero esta noche no.
Llegamos. No entiendo. Más angustia. Me paralizo. Mierda,
las maletas. No seas descortés y coge la pesada. Llegas tarde, coge la pequeña.
Me abrigo. No hace frío. Siento frío. Y angustia. Suspiro. Libero angustia.
Cuánto tiempo, le digo, y la muy zorra me hace una mueca amarga.
Cruzamos la puerta automática. Butacas, pantallas,
taquillas. Letreros, detectores, rayos x. Ella. Me mira. No sonríe. Son los
nervios. Taquilla. Espera. Maletas. Butaca. Tarjeta de embarque.
Me mira y sonríe. Me besa. Se me empañan las gafas. Le
abrazo. Me aprieta. Rayos x. Vuelve corriendo. Me besa. Maletas. Me mira.
Sonríe. Se ha quitado el abrigo. Está preciosa. Será la esperanza. Me envía un
beso con su mano. Me paralizo. Angustia, de la de hace tiempo. Sonríe. Lloro
por dentro. Agita su mano. Avanza por el umbral mirando hacia atrás. Un pie
allá, un sueño aquí.
Me paralizo. Angustia. Un brazo me reconforta y me lleva de
nuevo a la puerta automática. No más butacas, pantallas, taquillas, letreros,
detectores ni rayos x. Más angustia. Lloro. Ahora no es por dentro. Suspiro y
no ensancha. La angustia ha solidificado mi tórax. Oigo palabras de consuelo.
Contesto algo. Me trago el nudo. Respiro hondo. El vendaval rompe mi tórax
rígido.
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