A oscuras, con las orejas agachadas y las manos vacías, el brillo y la grandeza de aquellos días palidecen hasta convertirse en las líneas anaranjadas que se cuelan por la persiana de mi cárcel particular: yo.
no me ha gustado últimamente hablarte ha sido estéril como el quirófano teórico contra el que lanzo mis tripas deseando que desenredes tanta crudeza pero no estabas cerca nunca lo has estado buscando tu eco me topé de bruces con la misma y constante muralla de siempre el muro permanece además de la sangre de mis entrañas y de mis manos (extrañas de mí pero gritan tu nombre) lo apuntalan los despojos del pedestal que no me pides y sin embargo defiendes dos o tres veces al año recurrí a tu luz es lo que mejor se me da acaso la opción juiciosa cuando la palabra cercena el papel abrasa el discurso titubea y la narrativa acaricia el bucle irredimible de la autodestrucción
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