Te recuerdo despeinada por la mañana, recién levantada,
corriendo de vuelta hacia las sábanas tras abrirme tu ventana.
“¿Qué has soñado?” preguntaba, mientras me deslizaba
hasta poner mi cabeza a la altura de tu almohada.
Me mirabas y esperabas,
y siempre contestabas:
"No me acuerdo, pero estabas”.
Nunca desayunabas en la cama.
Yo te miraba, y esperaba.
Tardabas exactamente 19 besos en quitarte las legañas,
pero al final llegabas a la cocina y me servías,
sin saberlo,
una taza bien cargada de nostalgia.
La mañana soleada invitaba a la esperanza, igual que tu falda larga.
Me llevaste de la mano hasta la costa del lago congelado por estar toda la noche sin ti.
Deshacías la escarcha con tu mano por mi espalda, caldeando cada esquina de mi alma.
Y ahora yo
sólo espero que no cojas ese avión
que te aleje para siempre de aquel adiós
que no dijimos.
Ya sucedió
pero no termina nunca.
Y ahora yo,
rompiéndome la voz,
me despido hasta siempre
gritando tu nombre al sol.
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