Ojalá
pudiera aguantar la rabia que tengo. Ojalá no estuviera escribiendo(te) ahora
esto. Ojalá fuera más fácil mitigar el dolor, pasar página, hacer como si nada.
Ojalá no me importara nada de lo que haces, ni dónde estarás esta noche.
(¡Ojalá fuera incapaz de imaginarme en qué ciudad estarás esta noche!). Ojalá
me diera igual con quién te acuestas y con quién te levantas, cómo fue el bolo
de anoche, o en quién pensaste al cantar esa canción. Ojalá pudiera abrir tu
cabeza y ver qué hay en su interior. Descubrir si hay deseo, temor, o sólo la
simple indiferencia y el hastío de quien maneja los(mis) hilos con la facilidad
de un experto. Ojalá pudiera abrir tu pecho y encontrarme en ese huequecito de
la izquierda tu corazón (sí, ya sé que nunca lo que llevas encima, por si
acaso, pero es sólo curiosidad). Suponiendo que allí estuviera, y que estuviera
vivo (latente), me encantaría saber si dentro hay algo. Rencor, perdón, dolor…
ese tipo de cosas. Lo que nunca esperaré encontrarme es amor, porque sé que lo
has dado todo. Y no a mí, precisamente. (Muy a mi pesar. La verdad es que esto
último habría quedado bonito, ¿eh? Aunque sigues siendo la chica más dulce de
la ciudad, y creo que lo serás siempre). Ojalá ya no me afectara, ojalá se me
hubieran olvidado por completo los personajes y el argumento de esta(mi)
historia, y pudiera escribir una nueva como escribo ahora esto, o como
escribiré en un futuro todo lo que me recuerde a ti. Ojalá hubiera una manera
de emborronarlo todo: que la misma casualidad que te trajo te saque de mi mente
y te lleve muy lejos de aquí, de mí, para siempre. Y ojalá saque también de mi
cabeza (y corazón) todo lo que contigo trajiste. Tu olor, tu pelo, tus abrazos;
el miedo, las mentiras, el dolor. El tacto de tu piel, las noches de verano,
todos nuestros sueños y anhelos. Pero especialmente, y sobre todo, ojalá la(tu)
casualidad me arranque del pecho estas ganas locas de besarte.
Julio de 2010
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